Un momento de lucidez

Learning every single day

Manu

«Me da igual”, era casi siempre su respuesta. No era fácil conseguir que esbozara una sonrisa; pero tampoco te hacía un mal gesto o malas caras cuando algo no era de su agrado. Manu no era el mismo desde que perdió a su mujer.

Recordé una de esas frases que te hacen reflexionar. En Internet se la atribuyen a Marco Aurelio: “la felicidad de tu vida depende de la calidad de tus pensamientos”. No sé si era feliz; al menos no lo parecía cuando coincidíamos en alguna quedada con más amigos. Pero estaba segura que por su cabeza pasaban bastantes pensamientos… De esos que, si se nos pudiera leer la frente, nos dejaría desnudos y vulnerables.

“Yep, aquí creo que ponen música remember de los 80… ¿entramos y nos hacemos un gin-tonic?”, dije de sopetón cuando pasábamos por aquel pub. Éramos siete ese día. Iban hablando entre ellos desde que salimos del restaurante y, sin titubear, les pareció bien mi propuesta. Estábamos parados en la puerta de BarDuc, un lugar con buen ambiente que había abierto hacía unos meses. Le pregunté qué le parecía entrar allí. Con las manos en los bolsillos elevó la mirada al rótulo de la entrada. Era de neón, un amarillo oscuro con el borde rojizo.

“Me da igual…”, empezó diciéndome. Iba a proponerle continuar caminando hacia la siguiente calle, donde había otro pub de ambiente diferente. Pero esta vez se animó y, de repente, continuó hablando: “En ocasiones, un gin tonic te da una lucidez bárbara … y creo que necesito algo así”. En aquel momento me pareció otra buena frase, pero me sonó rara viniendo de él. No sé qué fue lo que me hizo tener aquella sensación, pero un estremecimiento me recorrió el cuerpo. Quizá fue su mirada cuando buscó la mía en aquel preciso instante. O ese tono de su voz, duro… y frío.

No supe qué decir. Alguien del grupo me sacó de mis pensamientos. “Pero.., ¿entramos o no? Aquí fuera ya empieza a refrescar…”

La música que ponían era bastante buena, pero las copas no tanto. Al cabo de una hora decidimos irnos. Fuera ya estaba anocheciendo, y había mucho tráfico. Alguien preguntó por Manu.

Estábamos discutiendo por esperarlo un poco más, o entrar a buscarlo. Hacía ya un frío que te despejaba a golpes el cuerpo y el alma. Y entonces, lo vimos salir con una sonrisa que a todos nos dejó descolocados. No parecía la misma persona.

“¡Manu, hombreee!-le dijo Carlos con sorna. “¡Dinos qué te han dado de beber, que lo pidamos el próximo día!” Y todos nos reímos a carcajadas. Incluido él.

“Solamente me he tomado dos gin tonics. Pero me han dado la lucidez que necesitaba.”  Nos miramos todos sin que nadie se atreviera a preguntar si había tomado alguna cosa más. Y de nuevo volvía a ser el de siempre. Su cara pasó a ser neutra, y el tono de su voz me hizo volver a tener esa rara sensación …

A las 20,30h, el móvil sonó. Me había duchado, e iba a cenar algo de fruta para ayudar a desintoxicar la comida y bebida tomadas ese día. “¡Joder tía, es que no sé cómo no lo hemos visto venir! No me lo puedo creer …” Carlos hablaba con voz entrecortada. Manu estaba muerto.

Nada tenía sentido. Después de despedirnos todos, volvió al piso de sus padres, con los que vivía desde lo de su mujer. Se tomó un vaso de leche fresca, y se fue a su cuarto como todas las noches, besando en la mejilla a su madre. Al cabo de un rato alguien llamó al timbre. Era la policía.

Manu se había tirado por la ventana de su habitación. Un séptimo piso. Había dejado escrita una nota encima de la cama: “Le llaman un desorden de angiogénesis. Es hora de reunirme con ella”.

Fue su momento de lucidez.

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