Aquella era una fría noche de otoño. Los últimos días del mes de octubre habían traído menos temperatura, y lo notaron cuando salieron a pasear para contemplar el ocaso. Llegaron a un parking situado en lo alto del pequeño pueblo mientras discutían por cosas sin importancia. Se notaba bastante humedad, y ella se quejó de frío.
Mi ser, aún en una etapa existencial muy temprana, también percibía el descenso de los grados a esas horas. Los recuerdo fundidos en un abrazo, y frotándose mutuamente la espalda. Así entraron en calor. Hubo suerte, y tuvieron tiempo suficiente para crearme. Parecían obedecer a un ritual, y con una coordinación exquisita mezclaban rojo, amarillo y azul.
Descubrí, mientras los oía hablar, que me iban a dejar un mensaje. Cuando estuve finalmente acabado, se quedaron mirándome. Noté que estaban muy satisfechos con el resultado. Tenían las manos sucias y heladas por el frío. De repente, él se giró y la besó por sorpresa. Fueron unos segundos en los que olvidaron quiénes eran realmente.
En ese mismo instante un coche apareció en el parking, casi sin hacer ruido. Se acercó a ellos, y la luz de aquellos faros los cegó y paralizó. Entraron sin decir nada cuando alguien les abrió la puerta trasera. Nunca volvieron.
Meses más tarde alguien me visitó. Muchos ya lo habían hecho, pero no reparaban en mi. Estar medio escondido en una pared de un parking exterior ayudaba. Pero esta vez, aquella turista se separó del hombre al que acompañaba, y me hizo fotos.
“¡Este grafitti tiene un mensaje oculto!”, exclamó realmente entusiasmada. “Qué tontería…”, pensó él sin decirlo en voz alta, aunque ella ya reconocía esa cara de aburrimiento.
Por fin, una persona con un mínimo de sensibilidad se fijó en que era algo más que unas pintadas con sprays. Seguramente alguien más se dará cuenta …
Y quizá eres tú quien ya ha sabido leerme entre líneas.
